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“El nacionalismo es como la familia de Julio Iglesias”

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Ignacio Vidal-Folch, por Txema Salvans.

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19.975— Parece obvio que a mí nadie me lanzó la terrible maldición china: «¡Que vivas tiempos interesantes!». (Pag. 281)

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 CRISTINA FALLARÁS

Ignacio Vidal-Folch es un hombre de otro tiempo, y basta con mirarle la cara. Lo es. No exactamente de una época pasada, más bien de un tiempo paralelo. Una se lo imagina, por ejemplo, practicando algo llamado mi-habitual-paseo-vespertino.

Mi lectura de su Lo que cuenta es la ilusión me ha confirmado esa certeza, y sé que confirmar una certeza suena inútil o erróneo. Escribe Vidal-Folch sobre lo inútil y lo erróneo. También sobre lo azaroso y lo cotidiano y por tanto además sobre algunas cosas excepcionales. O sea, que cuenta su vida.

—Estuve a punto de no publicarlo. Como en parte es mi vida privada, pensé ¿esto tiene algún interés, realmente? Después, aunque el libro tiene un fuerte componente humorístico, también guarda un pensamiento nihilista o pesimista, deudor de mis lecturas de Cioran, de los Cahiers, y no sé si esto puede deprimir al lector, que sería mi último deseo.

—No deprime, remite e otra época. ¿Entiendes esto?

Hablamos sentados frente a frente en unas sillas que recuerdo como sillones de puro incómodas, mesa baja por medio.

—No. No lo entiendo. ¿A qué otra época?

—A otros modos, la manera en que está redactado, esa serenidad, cierto distanciamiento elegante.

—Pero si hay una voluntad manifiesta de actualidad en ese libro. Casi todo lo que comento está relacionado con el principio de la crisis o con la atmósfera de Barcelona, su vida política y social.

—Sí, lo he leído. Pero te colocas lejos, allá.

—Es un trabajo literario, un diario es un trabajo literario, está muy elaborado literariamente. Por consiguiente, hay un trabajo de distanciamiento y, además, pensamiento. Este es mi diario, un diario que llevo, no sé si llevas tú uno.

—Más o menos.

—Lo has releído alguna vez?

—Sí, recientemente.

—Considero que releer el diario propio es un ejercicio recomendable para todo el mundo. Porque en un primer momento, cuando empiezas a hacer un dietario, aunque sea de consumo personal, es una especie de vomitorium de cosas que te dan rabia, que no has podido decir en público, hacer públicas. Pero luego, al releerlo, dices “No me gusta esta imagen de mí mismo”. Entonces sigues. Cuando lo haces resulta que acabas sacando más petróleo de la vida cotidiana, porque sabes que lo vas a escribir luego. Aunque sea sólo para leerlo tú.

—¿Cuánto hace escribes diarios?

—Desde finales de los 90, creo.

—¿Eso te hace pensar de manera distinta, actuar distinto? Ese petróleo que dices.

—Es posible. Desde luego te hace repensar la vida, eso es muy interesante. Y luego te hace repensarte a ti. Acabas harto de mirarte en el espejo, pero de todas maneras, es una vía de conocimiento personal.

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Por la tarde, en Barcelona, se manifiestan 150.000 ciudadanos, dirigidos por Pujol y Maragall —el jefe de la derecha y el jefe de la izquierda: el resentimiento y la irresponsabilidad— por el “derecho a decidir” (eufemismo de “independencia”).

Codo con codo van —Tralá, tralalá—, por la calle, felices y reivindicativos, Pujol y Maragall. (Pag. 29)

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—Descríbeme Cataluña, la actual.

—Es el sitio donde yo nací… Bueno, nací en Barcelona. Juzgarla para mí sería ser juez y parte, pero sí tengo la impresión de que es el lugar de España donde existe el mayor decalage entre lo que la gente es de verdad y lo que la gente se piensa que es. Tienen la convicción de que este es un sitio especialísimo, y la impresión de que aquí son más cultos y más civilizados y más europeos de lo que en realidad son, cuando somos igual de brutos y animaloides que en cualquier otra región de España. Es asombroso. En Galicia tienen su inteligencia y sus hooligans, pero ellos ya lo saben. Ahí no existe esa pretensión de ser europeos y tal, ya lo saben y no les importa, ahí o en Aragón. Pero aquí…

—Quizás sea porque se ven en la obligación de estar siempre definiendo qué son y a quién tienen enfrente.

—Es una pesadez. Además, definiéndose en comunidad. Y la identidad, el concepto de la identidad, que es pavoroso, y la cohesión social… pero por favor, todo tiene que rondar en torno a esta especie de voluntad agropecuaria.

—Es catalán todo el que vive y trabaja aquí, me dijo un día Pujol cuando le quise explicar que era aragonesa. Supe que estaba pensando: ¿Cómo puede querer ser aragonesa pudiendo ser catalana?

—Muy pesado, espero que pase pronto esta tontería. Y es posible que pase pronto, porque como ya va tan desatado todo. Yo creo que el nacionalismo es como la familia de Julio Iglesias, que piensas “Bueno, el señor ya se está envejeciendo…”. ¡¡Pero es que tiene un hijo!! Toda tu vida vas a oír hablar de Julio Iglesias, ¿entiendes?, y de la familia de Julio Iglesias, toda tu vida, cuando te mueras, a lo mejor en una clínica o un hospital, allí habrá un hilo musical y estarás oyendo algo de la familia Iglesias. Y seguramente también algo del nacionalismo catalán.

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19.551— En la piscina. Hablando de la crisis, y de las negras perspectivas de futuro, Inés me confía, con una sonrisilla, el siguiente secreto:

—Soy una hormiguita. No gasto nada, y ahorro. Ya sé que quieren reducir plantilla, pero yo he ahorrado un dinerito.

Como no le pregunto la suma, me dice: “¿Sabes cuánto tengo? Dieciocho mil euros”.

Y se me queda mirando, aguardando mi respuesta. No se me ocurre qué decir.

—Hombre—agrega—, siempre da un poco de seguridad, ¿no?

Dieciocho mil es el número que la separa de su vulnerabilidad. (Pag. 184)

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—Y sí, es verdad, hablas más de la crisis que de las cosas de identidad. Un poco más.

—Lo terrorífico es que aunque se hable en los medios de comunicación y lo comenten los políticos, no se la toman en serio, no se lo creen. No se da cuenta de cómo está la gente.

—¿Cómo está?

—Muy cerca de la desesperación. Y nuestro estamento, digámoslo así, de intelectuales, bohemios, periodistas, en fin, todos estos… Leí un análisis que censuraba: “Todos esos europeos que se creen que pueden vivir pensando, leyendo, escribiendo…”. Lo leí y pensé: “Pero esto va por mí, va contra mí, ¡están hablando de mí!” Y está confirmado por los hechos, finalmente hemos llegado a eso, leer es censurable. Es muy triste, pero lo más triste es que no parece que estemos extrayendo conclusiones. Ninguna lección de lo que está pasando, y nada cambia, ¿no?

—Lleva tiempo sin cambiar nada, sí, otros 40 años. Hemos construido bien pocos asideros en estas cuatro décadas de democracia.

—La cosa de la crisis es que el pueblo en estos momentos está siendo expoliado para pagar pecados que el pueblo cometió porque estaba mal dirigido, mal organizado y mal legislado. Y estas tres cosas no se revisan. Se debería decir “Bueno, esto es lo que ha estado pasando, pues vamos a corregirlo, ¿no?”. Igual que, después de la segunda guerra mundial, se dijo “Llevamos tres guerras franco-alemanas, vamos a hacer algo para acabar ya con esta conflictividad, y se creó la comunidad europea. Aquí sabemos cuáles son los problemas de la crisis, pero nadie hace nada, nada de nada.

—¿Qué hacer?

—Es verdad que la calidad del bloque soviético, en cuanto a libertades y a muchas otras cosas, fue un infierno que legitimó nuestro sistema para no corregirse, para no modularse. Y el sistema capitalista es perfectible, corregible, pero como todo, tiene que tener su antítesis.

—Lo llaman la revolución de los ricos.

—Lo que llaman “los poderes financieros” es la gente normal. Cualquier ciudadano alemán tiene acciones en un fondo de inversión, y cualquier norteamericano de clase media. No pasa lo mismo con los españoles, que juegan a la Bolsa, me refiero a la gente que ya está acomodada, por así decirlo. En esta crisis, no es que la señora Merkel sea mala o sea malísimo el señor Soros, que especula, se podría afirmar que los malos son todos estos señores de clase media que ponen su dinero en un fondo de inversión, y con todo el derecho del mundo, para que sus ahorros les den los  máximos beneficios. Por tanto, aquí hay algo diabólico, pero corregible.

—Ya, pero esa corrección tiene que estar dirigida por alguien.

—Lo que estás apuntando es que nuestra clase política no es especialmente brillante, no hay un Carlos III.

—No solo la clase política.

—Mira el movimiento 15M, algo ha hecho, por ejemplo con el asunto de los desahucios, ¿no? Algo ha hecho. Al menos avivar la conciencia de que no se puede perseguir al hombre que está en bancarrota y sacarle de su casa. Esa primera reivindicación de este movimiento, si quieres idealista y desorganizado, es importante.

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19.786— Cada día veo en el barrio a más personas revolviendo con un bichero los contenedores de basura, o asomados hasta la cintura a su interior; y a otros que se detienen en todas las cabinas telefónicas y hurgan en la cazuelilla metálica por si alguien se ha olvidado una moneda; y en fin, a otros que buscan en las papeleras cualquier cosa de valor.

Son diferentes los unos de los otros: los que hurgan en la cazuelilla de las cabinas telefónicas, que cascabelean alegremente, están malhumorados y tensos, y si tu mirada se cruza con ellos te lanzan una mirada retadora.

Los que metiendo cabeza y tronco en el contenedor rebuscan con un bichero ofrecen la figura más desvalida e indefensa de la ciudad. No te miran.

Los que buscan en las papeleras lo hacen como si tal cosa, de pasada, como si les moviese cierta relativa curiosidad desinteresada, y como si no fuesen vistos…

Ni los tribunos de la prensa ni los de la política se han enterado aún de lo que pasa y siguen emitiendo a grandes voces las mismas arengas, que ahora suenan doblemente extravagantes, como solemnes discursos en latín. (Pag. 233)

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—¿Tienes algún interés en las publicaciones actuales?

—Yo leo de una manera muy anárquica. Por ejemplo, hoy me iré a comprar un libro de Umberto Eco que se llama El vértigo de las listas, pero es porque yo quería escribir un libro sobre las listas, y me enteré de que Eco ya lo ha escrito, y claro, lo dejé inmediatamente. Tenía idea de escribir algo sobre tópicos, pero Aurelio Arteta ha escrito Tantos tristes tópicos. Me están fastidiando. Yo leo muchas cosas. Releo siempre los Cahiers de Cioran. Este mismo libro que nos reúne debe mucho a Pla.

—Te refieres a periodismo.

—Hay mucho material periodístico reciclado desde un punto de vista más personal. Por ejemplo, viajes que aparecen en Lo que cuenta es la ilusión ya los había publicado, pero en género periodístico. En cambio, aquí lo reescribo añadiéndole la subjetividad de la mirada del narrador, con lo cual para mí son más auténticos.

—No crees que quepan, así, en un diario.

—En un periódico habrían estado fuera de lugar. Para mí, esto es la destilación de ese trabajo previo. El otro día estaba releyendo cuentos de Pàmies, Si te comes un limón sin hacer muecas. Estuve releyendo la novela de Cercas, Las leyes de la frontera.

—¿Te ha gustado?

—¿La de Cercas? Es muy buena. Muy hábil y muy buena. También he leído la biografía de Beckett, que es muy interesante, porque era como un santo, un santo laico, y eso me lleva a releer Molloy, esta vez en francés. Y también Ganas de hablar, del gran novelista barcelonés que era Ignacio Agustí, el de Mariona Rebull. Ganas de hablar, además de un muy buen título, es su autobiografía. Lo tengo al lado de la cama y de vez en cuando lo leo, escribía muy bien.

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19.188— Almorzamos Fancelli, Vila-Matas y yo en el restaurante Ming Dinasty, donde antes estaba la librería Cinc d’Oros. Nos sentamos, y Enrique, señalando la pared desnuda dice:

—Aquí precisamente estaba la literatura española. Aquí había algún libro tuyo.

Pared lisa, blanca, inmaculada. (Pag. 57)

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—¿Quién está escribiendo ahora el digamos relato de Barcelona?

—Ostras, pues no lo sé. Es que Barcelona no tiene mucho interés ya, ¿eh? Era interesante en la época que describió Mendoza, cuando la revolución industrial, el anarquismo, los matones… pero hoy día me parece una ciudad muy poco interesante.

—Yo creo que es interesante, pero sucede que no nos gusta. De hecho, una parte no pequeña de la población cree estar viviendo el momento más interesante de su historia.

—Estamos viviendo un momento exultante. Barcelona siempre ha tenido un problema de excesiva autoestima, un narcisismo delirante, de ahí esas campañas de los últimos años del Ayuntamiento socialista con lemas como M’agrada viure a Barcelona. Una convicción fabulosa, cuando en realidad es una ciudad agradable y punto.

—Ahí hay una tensión entre Barcelona y Cataluña, un tira y afloja que ahora está ganado Cataluña.

—¿Lo dices por la invasión de los autocares del 11 de septiembre?

—Lo digo por una disposición algo “agro” y algo pacata de la ciudad.

—Yo creo que Madrid está más abierta en este sentido, y menos reglamentada, pero no vivo ahí desde hace muchos años.

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19.213— No es el primer novelista que con aire responsable y preocupado me dice: “Tengo que trabajar intensamente”, que ni un minuto puede perder en naderías, porque cada libro le cuesta cuatro años de trabajo.

—Dada mi edad, ¿cuántos más podré escribir? ¿Cuatro? ¿Cinco? —Se entiende que la sociedad, la humanidad, le reclama más “producción”.

El disfraz de esa fatuidad, qué duda cabe, tiene su prestancia. (Pag. 74)

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—Te llevas no del todo bien con la ficción “pura”.

—Lo que cuenta es la ilusión. Con “lo que cuenta” me refiero a eso que cuenta, las ganas de hablar, de narrar. Y habrás visto que en este dietario, aunque hay un porcentaje de reflexión sobre el yo, la vida en abstracto y la muerte, también hay mucho relato, mucha anécdota. Es un anecdotario, contiene muchas historias. Es una ficción realista o una realidad “ficcionada”.

—A la manera de Amigos que no he vuelto a ver.

—En ese libro también era todo verdad, como sabes. No creo mucho en la disyuntiva de géneros, creo que todo es mentira o todo verdad. O sea, que todo es ficción. Cuando te pones a escribir, aunque escribas tu autobiografía, o más si escribes tu autobiografía, es ficción. Es como cuando comes alguna vez en un restaurante de albañiles y escuchas cómo hablan: “Y yo le dije al capataz: si no te gusta, te lo metes por…”. ¿Cómo puede funcionar la jerarquía en un país donde resulta que todos los albañiles humillan permanentemente al capataz, y los oficinistas al jefe? Es decir, todo el mundo está escribiendo su autobiografía todo el tiempo, y todas son falsas. Imagina si contáramos la verdadera.

—Imagina si la supiéramos.

 

LO QUE CUENTA ES LA ILUSIÓN

Ignacio Vidal-Folch

Destino


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